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ARTILLERO DE LA FUERZA AEREA
Mario no se olvida de los interminables bombardeos nocturnos en el aeropuerto

Corrientes, 05/05/2008 - fuente: Diario El Litoral

EsquirlasMario Báez muestra dos esquirlas que trajo de Malvinas. Es uno de sus principales recuerdos materiales que conserva.

EL DATO
“Los ex combatientes tenemos muchas cosas que contar a las nuevas generaciones. No sólo sobre lo que ocurrió en Malvinas, sino también en la posguerra donde nunca dejamos de luchar y el enemigo es la indiferencia”, dijo Mario.

POR GUSTAVO LESCANO
DE LA REDACCION


“Cada vez que me acuerdo me duele la cabeza”, dice Mario tocándose la sien. Pero ese dolor en realidad brota del interior de su ser y por primera vez cuenta abiertamente su historia en Malvinas, atesorada, íntima y sólo relatada alguna vez a los más cercanos.
Aunque su narración es fluida y precisa, el ex combatiente no puede evitar mostrar que en él anida un recuerdo espinoso que hacia el final del diálogo recién se exteriorizará en ojos lagrimosos.
El hombre de 45 años fue a la guerra como integrante de un grupo de Artillería de la Fuerza Aérea al que el destino lo llevó cuando se presentó para hacer el servicio militar. Otro correntino también integró la división, Ramón Fernández, y hoy son los dos ex combatientes que se identifican por ello.
Mario Alejandro Báez, el protagonista de esta nota, contó a El Litoral que a poco de haber terminado la Escuela Técnica en la capital correntina la guerra de Malvinas le cambió súbitamente la vida, y para siempre. “Fue una maduración de golpe, drástica”, acota.
Los días de guerra comenzaron apenas pasó el 2 de abril de 1982. Llegaron a Malvinas en un Hércules y se instalaron casi de inmediato en la zona del aeropuerto de Puerto Argentino. La defensa de la estratégica pista fue su misión principal.
Tras armar los cañones antiaéreos establecieron campamento a un costado de la cinta de concreto.
Pasaron los días, con mucho frío y soportando la llovizna, hasta que el grupo de Mario deja de depender de un radar del Ejército que peligrosamente había mostrado falencias para detectar movimientos del enemigo. “Fue entre el 20 y el 22 de abril cuando observamos aviones ingleses en un primer reconocimiento”, recuerda.
A partir de ese momento sólo dependían de ellos mismos y así quedó en claro cuando realmente comenzaron a vivir y sobrevivir la guerra. El 1º de mayo se produjo el primer ataque de la aviación británica sobre el aeropuerto. “Las bombas caída como lluvia a cada paso de los aviones y nosotros también les tiramos con todo”, recuerda Mario.
Cada jornada era de misiles cayendo a cada rato, provocando muerte y heridos graves en esa zona que la Fuerza Aérea custodiaba junto a divisiones del Ejército. Pero lo más traumático sobrevendría después, cuando los ingleses comienzan a atacar por las noches con constantes bombardeos de fragatas. “Fue impresionante: con los aviones podíamos defendernos, pero con los buques era imposible. Nos tiraban desde 30 ó 40 kilómetros mar adentro, cuando nuestro poder de fuego sólo llega hasta los 8 kilómetros”, compara.
“Fueron cuatro o cinco días desesperantes: todas las noches escuchábamos el zumbido del lanzamiento de las bombas y segundos después la terrible explosión cerca nuestro. A medida que se intensificaba el bombardeo caían más y más cerca”, describe.
Los 8 ó 9 integrantes de su grupo, oficiales y conscriptos, permanecían en el pozo reunidos en círculo y esperaban con ansias cada amanecer. “Había un clima asfixiante. Yo apretaba con ambas manos mi casco puesto, y miraba el suelo. No podíamos sacarnos de la cabeza la idea de que la próxima bomba caería sobre nosotros”, afirma el ex combatiente con una expresión que conmueve.
“Durante esas jornadas rogábamos que no llegue la noche: fue terrorífico”, subraya para luego aportar un dato sobre la magnitud del bombardeo durante la guerra: “Se arrojaron 13 toneladas de explosivos sobre el aeropuerto”.
“En medio de los bombardeos diario de fragatas, que duró hasta el 23 ó 24 de mayo, nos salvamos de la muerte por un día”, dice y cuenta que luego de sufrir explosiones muy cercanas se dio la orden de trasladar el campamento desde el costado de la pista hasta la misma cabecera. “Esa noche en el nuevo lugar, el bombardeo siguió siendo infernal, pero volvimos a salir ilesos. Sin embargo al otro día descubrimos que una bomba había caído exactamente donde antes estábamos instalados. Fue terrible”, señala.
Después que los ingleses deciden desembarcar en la Bahía de San Carlos en lugar de Puerto Argentino se descomprime la presión sobre la zona en que estaba Mario. Las noches con tantas bombas se terminaron, empero quedaron grabadas por siempre. El grupo que se caracterizó por la buena comunicación y contención, según resaltó el correntino, logró salir ileso y con las explosiones aún resonando en sus oídos regresó al continente. No sin antes cooperar en la asistencia y traslado de heridos, muchos de ellos de gravedad.
Mario volvió de la guerra distinto, como muchos ex combatientes. Maduró “de golpe” pero las secuelas en un momento lo acongojaron hasta que llegó la mano de su viejo que lo empujó hacia la recuperación. También fue uno de los co-fundadores del Centro de Ex Combatientes, desde donde se luchó por reconocimientos en medio de la posguerra de olvido.
Hoy, el respaldo principal es su familia. Su esposa es Margarita y de esa unión nacieron tres hijos: el mayor hoy tiene 19 años, la misma edad que Mario combatiendo en Malvinas, 26 años atrás.

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